Jane Eyre es una novela escrita por Charlotte Bronte en 1847
que hace reflexionar bastante sobre la situación laboral de las
mujeres en el siglo XIX.
Jane Eyre quedó
huérfana cuando era una niña y la acogieron su tía y sus primos,
que la trataban mal. Cuando Jane tenía diez años la enviaron a un
internado bastante siniestro. Tras vivir ocho años en el colegio decide
irse y comenzar una nueva vida como institutriz.
Así es como
llega a Thornfield, donde conoce a su pupila y al señor de la casa,
Edward Rochester, del que se enamora y que posteriormente, le pide
matrimonio. Sin embargo, cuando se van a casar, un extraño
acontecimiento impide su boda y Jane huye a otro lugar.
Después de
varios meses, Jane vuelve a Thornfield, habiendo conocido a algunos
familiares y heredado una gran fortuna. Finalmente, ella y el señor
Rochester pueden casarse.
Este libro puede
asemejarse a “La Cenicienta” u otra historia de princesas: una
huérfana pobre se enamora de un hombre rico, se casan y “fueron
felices y comieron perdices”.
No obstante, en
esta novela se puede apreciar la difícil situación de las mujeres
en Inglaterra durante la época victoriana con un trasfondo feminista
que escandalizó a algunos críticos de la época.
Jane Eyre era una
mujer inteligente que quería ser independiente y libre, lo que se
veía mal en el siglo XIX, cuando las mujeres debían ser obedientes
y sumisas.
También nos hace
cuestionarnos la situación laboral de las mujeres en esa época. Podían optar a pocos trabajos y su mayor aspiración debía ser
casarse. Las de orígenes humildes debían trabajar para
mantener a sus familias, ya fuera en las tareas agrarias, en las
industrias o como sirvientas de familias ricas y eran en su mayoría
analfabetas, pues apenas había educación gratuita para las mujeres.
Aquellas que eran
cultas y de familias más poderosas solían estar obligadas a casarse
con un hombre rico para aumentar la fortuna de su familia. Rara vez
las damas podían casarse por amor y solamente podían ser libres e
independientes económicamente si heredaban una fortuna o, a falta de
ella, si trabajaban. El problema era que pocas profesiones se consideraban “honorables” para las damas, muchas veces el único
trabajo para ellas era ser institutrices.
Este es el caso
de Jane, que decide ser institutriz para ganarse la vida, aunque esta
no era una profesión agradable ya que los señores de la casa
menospreciaban a las institutrices por el mero hecho de trabajar.
Más adelante,
Jane se ve forzada a huir de la casa y tiene que encontrar otro
trabajo, lo que le cuesta mucho pues le dicen que los trabajos que
hay disponibles son “de hombres”. Esto nos hace reflexionar sobre
lo injusta que era la sociedad: ¿realmente era preferible que una
dama se muriera de hambre a que labrara el campo?
Actualmente,
sigue sucediendo: hay profesiones que muchas veces asociamos a
hombres y otras que asociamos a las mujeres.
Por otro lado,
también debemos considerar todos los cambios positivos en la
igualdad laboral. En muchos países, las mujeres podemos estudiar y
trabajar, teniendo las mismas oportunidades, y el matrimonio debería
ser una opción, no una imposición social ni la única forma de
tener estabilidad económica.
Sin
embargo, aún estamos lejos de lograr igualdad pues en muchos países
las mujeres son obligadas a casarse y no pueden trabajar, solo en las
tareas del hogar, lo que las hace dependientes de sus maridos.
Inés Mayordomo, 4º D
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